Esta mañana desperté y el sol se había ocultado entre las
nubes, allá en el cielo que alguna vez fue azul pero ahora ha adquirido
tonalidades grises oscuras aún en los días cuando el clima es más radiante. Me
pareció sentir un doloroso gemido de tristeza e indignación proveniente de la
madre tierra, mas no presté atención.
La mañana transcurrió letárgica, demasiado monótona hasta
que llegó la hora de almorzar. Allí fue cuando descubrí aterrada que en mi
comida se hallaba la el cadáver de un pequeño animalito que no alcanzó a vivir
mucho, muerto. “Carne de cordero, hmmm come, está exquisita” dijo mi madre más
yo... no pude contener las lágrimas y lloré amargamente a ese desafortunado
corderito masacrado para comer... “por placer”, pensé y el dolor punzó mi
corazón llegando a mi alma.
Para distraer mi mente de esa pena salí a comprar. 1 Hora
más tarde me encontré petrificada como por la mirada de medussa, frente al
escaparate de una tienda donde se exhibía todo tipo de prendas para vestir de
cuero. Las lágrimas se asomaron otra vez a mis ojos y lloré mientras el
murmullo del gentío que por ese lugar transitaba ase hacía más y más fuerte.
"Está loca...”
“Pobre niña, mírala; parece que es enferma...”
“Si... soy enferma”, pensé
“pero... ¡ENFERMA DE AMOR! por la tierra, los animales, la vida en
general y todo lo que a ella respecta, ¡Mi
enfermedad es el amor! ¿Eso es algo malo? “Me cuestioné mientras huía de aquel
macabro lugar.
Entré al supermercado más cercano que me fue posible
encontrar y compre algunos juguetes para mis perros y gatos. Luego de pasar por
caja un jovencito diminuto comenzó a meter mi compra en muchas bolsas
plásticas, recordé haber leído en algún lugar que el plástico tarda 500 años en
completar su proceso de biogradación así que, alarmada y sin pronunciar palabra
alguna tome mi compra, la saqué muy rápido de las bolsas y la puse amontonada
en mi cartera. Se veía mal, es verdad pero al menos no estaba contribuyendo con
la inminente destrucción de nuestro ecosistema. Así, con mi conciencia
tranquila volví a casa.
Llegué de noche a casa, encendí el televisor y justo encontré un
documental en el cable que abordaba el tema del maltrato animal. Las imágenes
emitidas despedazaron mi corazón y sin hambre me retiré dispuesta a dormir para
al fin descansar. Este día había acarreado una gran carga emocional y no estoy
acostumbrada.
Antes de dormir oré a Dios pidiendo que cada humano en el
mundo logre tomar conciencia del inmenso daño que nuestra especie causa a la
tierra. Nuestro ecosistema amenazado, ya en serio peligro, animales masacrados
por el placer de lucir sus pieles, otros en peligro y algunas especies de ellos extintas. Me preguntaba ¿para qué tanta obsesión por
lucir la piel de ese animal si tú no eres el, solo eres un vil humano?
También
muchos, muchos animales explotados, siendo exhibidos en zoos y circos, animales
utilizados para testear productos e investigar, siendo que con tantos avances
tecnológicos bien podrían utilizar esos científicos computadoras o humanos
voluntarios.
Pensé en ellos y todos los que son asesinados a diario para comer,
más que hambre por placer, otra vez esa despampanante palabra casi detonaba mi
cabeza... “placer”. Desde niña me ha resultado indignante este mal hábito o
quizás solo la tan humana maldad, que nos hace a todos los seres humanos consumir
alguna vez en la vida la carne inerte de un animal que simplemente no se pudo
defender al ser masacrado, esa carne que engullimos por placer y no por
supervivencia.
En mi mente se recreaba una escena de mi infancia cuando, sentados en la mesa mi madre, mi padrastro y yo, con tan solo 9 años, me negaba a comer carne animal, -eso es un animal muerto y no
me gusta- discutía mientras mi testarudo
padrastro gritaba furioso con el rostro rojo de ira –¡COME!- .
Maldad, dolor, inconsciencia, tristeza, muerte y odio
giraban en mi cabeza, mientas solo podía suplicar impotente a Dios por tanto
mal. Tristemente sequé mis lágrimas con la manga de la camisa de dormir que
llevaba puesta esa noche, abrace a mi oso, me hice bolita con mi gatita
disfrutando de su cálida compañía, suaves ronroneos, esponjoso pelaje, ella siempre tan
dulce a todos los sentidos, demasiado buena para mi alma. Me reconforta estar cerca suyo. Miré la
fotografía de mi difunto abuelito, le di las buenas noches, además le lancé un
beso y así me dormí.
Por fin este oscuro día terminaba, ya entendía el porqué
de ese llanto ahogado que había sentido esa mañana. Ahora solo esperaba que
todo cambiara, mejorara. Aún nada cambia pero mis esperanzas siguen existiendo.
Todavía tengo fe que tanta maldad será redimida... algún día... Hasta entonces
seguiré esperando ansiosa.
Loba Bruja.
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